Los alineados y los idiotas.
La guerra más complicada es aquella que exige comportamientos diametralmente opuestos en ambos combatientes. La democracia, la libertad y el laicismo conllevan, por definición, una marginación sistemática de la violencia, del engaño, de la manipulación y del maltrato al ser humano. A pesar de que ese ser humano pretenda volarnos mientras cenamos en un restaurante. La democracia de la que gozamos nos promete libertad individual, a cambio de la condescendencia con los enemigos de esa democracia. Nos promete libertad a cambio de indignarnos si nuestros ejércitos pegan a un detenido. Nos promete libertad a cambio de reprochar con vehemencia a cualquiera que se le ocurra publicar una caricatura de Mahoma. Nos promete libertad a cambio de luchar contra los salvajes siguiendo unas reglas de las que ellos se ríen. Y a pesar de todo, la democracia occidental es el mejor sistema.
El terrorismo islamista se desarrolla gracias a nuestra cultura, gracias a que nuestra libertad les da los elementos necesarios para crecer, buscar adeptos y golpearnos aprovechando el más mínimo error de nuestros sistemas de seguridad. Esta complejidad, las consecuencias del impacto entre dos mundos que no pueden comprenderse por un problema de incompatibilidad cronológica, se traduce con especial virulencia durante los periodos de guerra. Los mismo periodistas que insultaban al gobierno norteamericano después de ver las imágenes de dos ciudadanos occidentales mutilados, colgados y quemados por una turba de salvajes en Irak, insultaban de nuevo al gobierno norteamericano cuando se publicaron las fotos de las cárceles de Abu Ghraib. Siempre es culpa de aquellas sociedades democráticas, porque no se nos ocurre exigir a los árabes que respeten la vida de otros seres humanos.
Los árabes, los musulmanes, los islamistas no son hijos desfavorecidos que deben obtener nuestra condescendencia infinita hasta el fin de los días. Ni mucho menos. Los países árabes deben salir de un estúpido letargo que les arrastra hasta lo más oscuro del siglo VII. Los países árabes, que pasean sus enormes coches por las afueras de las Naciones Unidas, deben jugar al juego del resto del mundo o abstenerse de querer opinar sobre aquello que el mundo debe hacer o dejar de hacer. No existe ninguna posibilidad de diálogo entre los países musulmanes de oriente próximo y occidente. No hay diálogo posible porque la sociedad musulmana no respeta, en esencia, la civilización occidental.
Los países islámicos tienen una fuerte sensación de pertenencia. Siria hace todo lo posible para que no se interrumpa el flujo de armas a Hizbulá, Irán sigue lanzando proclamas contra los judíos de todo el mundo mientras su población vive bajo una represión demencial, Fuad Siniora llora a moco tendido porque Israel hace lo que debería haber hecho el ejército libanés, Pakistán sigue exportando terroristas sin ninguna clase de freno, y ante todo ello, las víctimas de la violencia salvaje del islamismo, callan. La India, China, Europa y Estados Unidos se ven amenazados, de manera continuada, por una especie de guerra terrorista descerebrada. Pero en lugar de unidad y lucha, occidente decide callar y esconderse tras el velo de la democracia, la libertad y todos esos conceptos nacidos de las revoluciones del siglo XVIII y convertidas en parodias de nuestro mundo.
Mientras el islamismo encuentra el respaldo necesario en la mayoría de países musulmanes, occidente se rompe y se pelea. Mientras los países islámicos se pelean por aumentar las listas de muyahidin enviados a Irak para matar "infieles", occidente se atranca en la puerta de salida para escapar de Irak. Des de luego, la legitimidad de la guerra de Irak era dudosa, pero una vez ahí, retirarse y abandonar a los iraquíes a su suerte es una vergüenza. Afortunadamente, no todos los políticos tienen el mismo cerebro privilegiado que Zapatero. El único mentecato que, después de un ataque terrorista, se ha apresurado a huir con la cola entre las piernas lanzando un mensaje preciso y claro. Un mensaje que el islamismo ha retenido en la memoria, señor presidente.